Nuestro querido amigo Rasputín lleva un par de días analizando juegos de su infancia, de esos que traen variados y ricos recuerdos. Pues como yo soy muy envidioso, y da la casualidad de que me acabo de bajar uno de los mejores juegos que yo recordaba de mi vida pasada, voy a hacer un análisis yo también. Amigos, hoy hablo de “Indiana Jones y la Tumba del Emperador”. En su origen, lo jugué en PlayStation 2, pero el juego debe estar perdido en el limbo de las cosas desaparecidas, porque no lo encuentro. Así, que, me he descargado me he comprado legalmente esta maravillosa joya… o eso pensaba.
No me malinterpretéis, me sigue gustando. Pero a lo mejor mi deber era dejarlo en el recuerdo, porque mi inocencia infantiloide de aquel entonces y mi conocimiento actual de la nueva generación me impiden valóralo como antaño. Además de jugar a este cajón de recuerdos, estoy disfrutando también de “Uncharted 2: El Reino de los Ladrones”. Aunque Nathan Drake nunca atesorará tantos de mis recuerdos como lo hace Indy, las comparaciones son odiosas, así que me las voy a evitar, señores.
El argumento, como el de todas las películas de nuestro querido y supermachote arqueólogo y aventurero, va de matar nazis y chinos. No recuerdo exactamente la historia, porque últimamente solo lo he probado lo suficiente para escribir esta mierda de este maravilloso artículo. Lo que si recuerdo es que el juego nos llevará desde las junglas de Celián hasta Hong Kong, pasando por Praga, Estambul… No es una historia que destaque sobre todo lo demás de su tiempo. Es el típico “lo de siempre” que las películas de George Lucas y Steven Spielbreg nos brindan, pero que, a pesar de que mucha gente odia las repeticiones, es lo que nos gusta y lo que buscamos al ver a Indiana Jones o a la panda de Star Wars.
La jugabilidad, por otro lado, es una auténtica patata. Muchas veces darle la vuelta al personaje es un suplicio, y te quedas de espaldas mientras una horda de malvados piratas-nazis-busca tesoros-chinos-rusos te azotan la lomera. Y cuando consigues volverte, descubres que apuntar tu arma también cuesta mucho, y que, si tratas de ir a puño limpio, los malos son inmortales, y solo los tumbas tras pasarte un buen rato soltando derechazos. Los saltos son horribles. Tienes que calcular bien tu acrobacia, pues si pretendes saltar cuando estés a una distancia normal al borde de agujero, lo tienes claro: Indy continuará andando sin prestar atención a las órdenes del mando y caerás al hoyo sin remedio. Para solucionarlo, tienes que presionar el botón cinco metros antes de llegar al saliente, y cuando el monigote llegue al borde saltará. El trepar se hace complicadísimo. Esa maldita manía de asignar a la tecla de andar hacia delante la acción de trepar hace que cuando queramos subir a un saliente, el personaje se pase media hora andando cara la pared, si no se cae por un precipicio cercano.
Malos típicos de Indiana Jones: chinorris y nazis
Lo que no me puedo poner a analizar profundamente son los gráficos. El juego es del 2003, y como tal no son espectaculares, pero he visto juegos del mismo año cuyo apartado gráfico es una delicia para su tiempo (véase “Prince of Persia: las Arenas del Tiempo”, con sus estupendos paisajes orientales y palaciegos). No es normal que las cabezas de los ídolos, que se supone que son redondas, tengan más ángulos rectos que un cubo, como tampoco lo es que, dependiendo de donde gires la cámara, a Indiana Jones le desaparezca el gorro. Eso sí, el apartado sonoro me sigue gustando como en el primer día. La cancioncilla tan famosa de Indiana Jones resuena cada dos por tres, y las voces de los personajes están muy bien trabajadas en castellano. Releyendo todo lo presente, creo que dejaré de jugar. No quiero encontrar más fallos: “Indiana Jones y la Tumba del Emperador” se quedará para el recuerdo, queridos amigos... ¡Qué demonios! Se que no me voy a poder resistir, y a pesar de todos estos fallos gozaré como un enano. He dicho.
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